sábado, 9 de junio de 2012

El chicle de la razón

Qué pasa cuando intentamos, una y otra vez, arrancar hacia adelante, dejar los miedos, construir nuestro anhelado mundo perfecto, mejorar aspectos, positivizar la realidad, concentrarnos en aspectos que nos importan, invertir en nuestro futuro, normalizar nuestra vida, etc. Y no nos vemos capaces, no encontramos el camino que hasta ahora habíamos cogido sin problemas, o simplemente advertimos que ha desaparecido la fuerza que nos caracterizaba.

Una especie de chicle gigante invade nuestras neuronas y engancha nuestro pensamiento dejando una sensación narcoléptica que nos impide mover de forma efectiva ese gran monstruo activador cerebral. Como autómatas podemos mantener actividades que impliquen poco esfuerzo emocional, como el trabajo u otras situaciones más instrumentales... Pero cuando se trata de poner la emoción en el asador, nuestro cerebro empieza a mascar ese chicle denso que paraliza nuestra esencia haciendo casi imposible moverse. Cualquier inquietud, motivación o deseo se transforma en una labor lenta, pesada y de difícil digestión, un "ya lo haré", teñida de una verdad que sólo nosotros sabemos... No lo haremos.

"¿Qué pasa?, ¿Por qué ahora no puedo?... Precisamente nuestra parte pensante, racional, nos emplaza a dar una respuesta a esta momificación del "hacer".
La incapacidad de buscar una respuesta en este plano muchas veces hace que se active nuestra sentido de la culpa y la frustración- grandes enemigos de la motivación y del pensamiento positivo- que todavía bloquean más nuestra actividad. ¿Qué tal si nos hablamos desde dónde ha de ser? ¿Qué os parece si empezamos a mirar el ombligo de las emociones? ¿Qué tal si nos ocupamos de cómo me siento y qué hace que me sienta así, en lugar de qué me está fallando en mi cabeza o de qué he de hacer para solucionarlo sin antes "darme cuenta" de qué me está sucediendo?.

Es más fácil entender y creer que hay alguna conexión que falla en el sistema- y asi buscar la solución en el exterior- que bucear en la tristeza, la rabia, el dolor, la preocupación, la felicidad o la ansiedad, emociones que nos acompañan y que nos determinan en cada momento de nuestra vida.
Nuestra sociedad es un reflejo importante de este legado racionalizador y controlador de nuestro entorno y de nuestra realidad, así que es normal que cuando un profesional nos emplaza a examinar más allá, nos lo miramos con una, o dos, cejas al aire.
Algunos no se atreven a trabajar este plano, otros- con miedo- se adentran dejando en las manos del profesional la responsabilidad del éxito o del fracaso, y sólo unos pocos se atreven a trabajar esta esfera emocional.

Está claro que para poder afrontar muchos de los bloqueos y obstáculos que nos impiden en cierta manera ser y sentirnos felices, parten de esferas más profundas..., pero, ¿estamos preparados para trabajarlas? ¿Nos atrevemos?; puede ser una decisión concluyente en nuestro destino existencial.

Yo os animo activamente a bucear en nuestro mundo emocional, a veces puede ser mucho más efectivo- y divertido- que dejarse llevar sólo por la razón!